Me gustaría contarte un recuerdo de Navidad que guardo con mucho cariño en el baúl de las cosas especiales y que en pocas ocasiones sale de su recóndito escondite.
Recuerdo en blanco y negro, pero con mucha luz, ilumina bonitas imágenes de una Navidad en Suiza a mis 5 años.
Habíamos preparado las maletas del fin de semana y nos dirigíamos a casa de unos amigos de mis padres a pasar la Nochebuena. El trayecto se hizo largo, ya conoces la impaciencia de los niños y su percepción del tiempo. ¡Por fin!, llegamos, era impresionante. Imagina una mansión rodeada de árboles teñidos de blanco. Estaba atardeciendo, pero los rayos de sol aún incidían sobre la nieve haciéndola más luminosa, deslumbrante. No podía creer que iba a dormir en esa casa de dos plantas con tejado de dos vertientes, desde el que casi se podría practicar esquí, grandes cristaleras y ventanas de madera. Su interior era cálido, pavimentado con grandes láminas de madera oscura. Un gran chimenea encendida presidía el salón. y otra una de las grandes habitaciones alfombradas. La escalera de acceso a la segunda planta también tenía las barandillas y pasamanos de madera, no recuerdo qué había en esa planta.
Tras la cena nos dejaron jugando en la habitación de la chimenea, seriamos 9 o 10 niños.
Comenzó a nevar y , como siempre me ha embelesado ver caer copos de nieve, dejé el juego y me acerqué a la ventana para ver el maravilloso espectáculo que nos brinda la atmósfera. Mis amigos llamaban insistentemente para que siguiera jugando, oía sus voces lejos, prefería continuar mirando, pronto me uniría a ellos.
Al mirar de nuevo al exterior, encontré algo extraño, no estaba antes. Un trineo de madera cargado de paquetes descansaba junto a un árbol. ¿Cómo llegó hasta allí?. No veía a nadie. Cuando me disponía a gritar mi descubrimiento, pasó a pocos centímetros, delante de la ventana, Papá Noel, acercando su enguantado dedo índice bien estirado hacia la boca, en ese gesto de “Chsssss, no digas nada”, sonrió y me saludó. Me quedé paralizada con el corazón cabalgando a galope. Sí, había visto a Papá Noel.
Al regresar al juego, no dije nada. ¿Era el mismísimo Papá Noel o lo había imaginado?.
Llegó la hora de abrir los regalos y en el mío encontré una nota que decía “gracias”. ¡Sí que era él!.
Al año siguiente esperé horas mirando por la ventana, pero no me dejó verle. Junto a mi regalo descubrí otra nota: “gracias por mantener el secreto otro año más “.
Esas fueron mis últimas navidades en Suiza.
¿Y tú?, ¿ de quién eres?, pues de Papá Noel, por supuesto. Me dejaba mensajes, era su pequeña cómplice y tenía un secreto.
Las siguientes navidades fueron decepcionantes, en España no se celebraba la Nochebuena con regalos. ¿Por qué Papá Noel no dejaba regalos en las casas españolas?, ¿no sabía dónde estaba nuestro país?, ¿qué mapas tenía?.
Pensé que quizás si lo deseaba con todas mis fuerzas, aparecería. Pasé media noche mirando por la ventana, pero ni la nieve ni él hicieron su aparición. Al menos, al mirar, podía ver un abeto, la única similitud de paisaje que encontré en mi nueva vida en España. Dejé de creer en él, me había abandonado.
Entraban en acción los Reyes Magos, y esta vez ni me acerqué a la ventana, prefería creer a ciegas.
Pasaron los años, y un día, en medio de una conversación que venía cuento, comenté mi recuerdo, asumido ya como fruto de mi imaginación. Supe que un amigo de mis padres se disfrazó, salió al exterior de la casa y quiso darnos una sorpresa, pero no contaba con mi pasión por ver nevar, la misma que ver llover, ni con mi obediencia y respeto. Al decir “ chssssss, no digas nada”, esperaba que gritara a los demás “ mirar, Papá Noel”.
Bonito recuerdo de postal navideña, ¿Verdad?. Es en blanco y negro, pero tiene mucho color.
Este recuerdo es para ti, querido lector. Gracias por asomarte a esta ventana y ver lo que hay al otro lado. Gracias por estar ahí y acompañarme.
Te deseo unas Felices Fiestas y un año repleto de ilusiones, tan mágicas como este recuerdo, que del blanco y negro pasen a todo color.